El sol ha dejado de existir

Había una vez un hermoso rosal que crecía en medio de una pradera, junto a una planta de cadillos, fea y sin gracia. A pesar de ser tan hermoso, el rosal no era feliz, y veía con envidia al cadillo, que siempre sonreía e irradiaba una alegría especial.



Un día, el rosal no aguantó más y le preguntó al cadillo la razón de su permanente alegría, a lo que éste respondió:

-Soy feliz porque me siento profundamente amado.
-¿Amado? ¿Y puede saberse quién te ama? Que yo sepa, todos los que pasan por aquí, se detienen absortos ante la belleza de mis flores, y se extasían con mi perfume. En cambio, a ti nadie te mira. No sé cómo nadie te ha arrancado todavía.
-¿Y quién habla de la gente que pasa por aquí?- exclamó el cadillo, -Yo me refiero al sol. El nos ama a ti y a mí, y eso me hace inmensamente feliz.



-¿Amarnos? ¿El sol?- preguntó sorprendido el rosal. -Pero si está allá, lejanísimo. Jamás se nos ha acercado, nunca nos ha dirigido siquiera la palabra. Jamás ha acariciado mis flores, ni se ha deleitado con su perfume. ¿Cómo va a amarnos? Me parece mi amigo, que estás un poco loco.
-No lo creas- replicó el cadillo -Te aseguro que sin él ni tú ni yo podríamos vivir.
-¿Y quién lo necesita?- exclamó molesto el rosal. Y se propuso deshacerse del sol.

Armado de paciencia, consiguió cuatro ramas largas y fuertes, las clavó a su alrededor, y con ramas mas pequeñas y paja, construyó sobre él un pequeño techo, para no ver al sol. ¡Así estaba mejor! Ahora viviría feliz sin ese molesto sol encima suyo. Pronto se dio cuenta que, aunque no veía al sol, aún sentía su calor, por lo que decidió juntar más ramas y construir paredes a su alrededor. ¡Ahora sí! ¡Qué fresco se sentía! Pero pronto notó que todavía quedaban rastros de ese molesto sol: su luz se filtraba a través de las ramas, así que decidió juntar mucho barro, y sellar las paredes y el techo. Una vez concluida la obra, el rosal se sintió satisfecho. ¡Al fin! Ya no quedaba ningún rastro de ese sol intruso. Ni sus rayos, ni su calor, ni su luz... ¡Por fin! ¡El sol había dejado de existir! Y nuestro rosal, en pocos días se pudrió y murió.

Y afuera, el sol seguía calentando e iluminando al cadillo, que crecía sano y feliz...

Reflexionemos...

¿Por qué el rosal no se sentía amado por el sol? ¿Qué hace diferentes al rosal y al cadillo del cuento? ¿En qué consistía el "amor" del sol hacia las dos plantas? ¿Qué características encuentras en el "amor" del sol?

El Amor de Dios tiene las mismas características del amor del sol del cuento. Para ver con mayor detalle su significado; dejémonos iluminar por la Palabra de Dios.
a) (Sal 136,4-9) . (Sal 139,13) " (Sab 11,24-26) (Sal 145,15-16); b) (1Jn 4,10a" (Is 54,10) (Is 31,3) (Mt 5,45 ) ; c) (Is 43,1b) (Is 43,4) (Sal 139,1-3.14-15)

Para profundizar.

Dios es un Padre amoroso que nos ama a cada uno y lo demuestra a cada momento. El amor de Dios es efectivo (no solo afectivo). Es un amor que actúa, que crea, que da vida, que sostiene, que se traduce en hechos concretos. El nos ha regalado el don de la vida y nos lo sigue regalando día a día, dándonos salud, una familia, un trabajo, un mundo donde vivir. Nada de lo que hemos recibido lo hemos merecido antes, todo lo hemos recibido gratuitamente por su amor. No nos ama porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno. Su amor es gratuito: nosotros no hemos hecho nada para merecerlo. Nos ama sin esperar nada a cambio, simplemente es preciso darnos cuenta de ese amor y dejarnos amar. Por último, este amor es personal. Nos ama a cada uno de nosotros individualmente, nos conoce hasta lo más profundo y nos dice que somos valiosos para Él.
San Juan Calabria lo había entendido así y lo proclama como su programa de vida, el descubrimiento de aquella noche sin sueño, que abarca toda su vida y da sentido a su obra evangelizadora: “… no olvidemos que la obra nuestra es mostrar al mundo que la divina Providencia existe, que Dios no es extranjero, sino Padre…” San J. Calabria.

Tomemos conciencia que fuimos escogidos personalmente por Dios, que esta elección nos llama y compromete a hacer vida esa paternidad de Dios en nuestras realidades. Que al igual que San Juan Calabria seamos capaces de hacer de este descubrimiento nuestro estilo de vida.




Enséñanos a orar al Padre!
Jesús, amigo y compañero,
te seguimos en el camino al Reino.
Danos fuerzas para ser fieles,
perseverantes, fuertes en la fe,
firmes en la esperanza
y generosos en el amor
que crea nueva vida.
Queremos ser tus discípulos
y caminar tras tus pasos.
Necesitamos tu compañía
y tu aliento constante.
Ayúdanos a discernir
la voluntad del Padre
y a pedir, confiados,
las fuerzas para llevarla acabo.
Señor de la Vida,
enséñanos a orar al Padre.

Enséñanos a llamarlo Papá,
como tú lo hacías.
Haznos sentir su cariño cercano,
muéstranos
su rostro misericordioso
y ayúdanos a escuchar su voz
que nos invita a vivir para dar vida
y construir el Reino en la tierra.
Muéstranos el rostro del Padre,
Jesús amigo, compañero,
amplifica su voz en nosotros,
y ayúdanos a hacer silencio
para escucharle.
Marcelo Murua

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